… y tuve la experiencia más romántica, patética y triste de la vida de un médico. Ayer completé mi formación y ya solo me queda memorizar unos cuantos protocolos. Y es que dije a un hombre que se moría.
Por su puesto esto ya lo había hecho en innumerables ocasiones. Pero fue diferente. Fue considerablemente más doloroso y desgarrador que de costumbre. El hombre, Francisco, desaparecía a un ritmo vertiginoso y no lo sabía. Estaba pronto el momento de su muerte y el inicio ya daba paso al final.
Francisco entendía de manera intuitiva que tenía un cáncer… y mantenía la esperanza de que no fuese tan mal como su cuerpo le sugería. No obstante estalló esa granada que tan febrilmente imaginamos y que por suerte a la mayoría no nos llegará a desgarrar. Su cáncer había perforado su colon y ya no podía hacerse nada salvo aliviarle el dolor. Se lo expliqué diciendo todas las mentiras posibles sin faltar a la verdad: su fin era cierto y cercano.
Estuvo templado, aunque dejó volar sus sentimientos.
“- ¿Y ahora qué debo hacer?- Qué difícil de decir.
-No lo sé. Dígale a su familia que los quiere.
– … eso… ya lo saben.”