[3]
Érase una vez una médica de familia, que con experiencia, ganas, fe ciega en su trabajo, ilusión, constancia y horas y horas de dedicación decidió compartir su espacio de consulta, su mesa, ratón y teclado, sus horas, sus conocimientos, sus dudas y seguridades con un residente que podría venir de 385 ó 853 Km expresamente para estar con ella. Esta médica, además, trabajaba en un barrio, para un barrio muy barrio, muy grande muy bonito, muy auténtico muy gitano, muy hippie y muy artista donde llegó a conocer y comprender su(s) historia(s). Era una de esas que quería que quien trabajara para este barrio, lo hiciera con la misma constancia, la misma fe, que éste depositaba en el centro. Pero un buen día, una decisión decisiva, sorpresuda, repentina, hizo que tuviera que desplazarse rápidamente a unos cuantos kilómetros por asuntos trabajudos, dejando atrás las historias, el barrio, el compartir, un residente que venía desde 385 ó 853 km y una huella.