28.08.2016
Tiene 48 otoños y desde este último quedamos todos los martes. Aparece siempre cerca de las diez de la mañana cuando sin prisas, le ha dado tiempo a ducharse, vestirse y hacer algún mandado.
Hay martes que calla y pone la mano, viene a por su parte de baja para que no le llamen para trabajar. Hay martes que entra con ganas de contarte lo que le ha pasado esta semana, y otros que con algo de vergüenza sigue quejándose por sus dolores. Los hay, que buscamos soluciones fuera y dentro de la consulta, otros que entra muy repeinado y otros, sin afeitar. Cuando viene un poco más aireado, siempre nos pregunta cómo estamos nosotras.
Llevaba 27 años trabajando en un almacén de hierro cargando piezas. Le gustan los caballos. Echaba horas en el campo. Vive con su mujer y dos hijas. Antes, se daba una vuelta y saludaba a los hombres en los bares, ahora ni siquiera sale de casa.
Tiene dolores, dolores por todo el cuerpo con una justificación clara, y es que por la carga del trabajo se ha hecho mistos la espalda, piernas y brazos poco a poco.
Y está triste. Y ve visiones. Y no sirve para trabajar, no sirve para entretenerse, ni tampoco para suicidarse. Está atrapado en una casa de la que paga la hipoteca, y con 700 euros al mes viven 4 personas. Le cuesta leer, no se ve capaz de aprender nada nuevo, y lo que le gustaba, lo ve lejano e imposible. Se ve pequeño, se siente invisible. Oye voces por las noches, y cree que se está volviendo loco. En Octubre, se quedará sin el dinero del paro.
Creo que hay martes que viene a esconderse del mundo, al menos, por un rato. Al menos a escuchar que es normal sentirse como se siente, que sus dolencias son reales, que no tiene la culpa de estar dónde está. Creo que a veces necesita escuchar que no hace falta servir, ni hacer, ni crear, ni ser el número uno para vivir, sentir, querer, ser o simplemente existir para y con los demás. Aunque se le olviden, aunque esas palabras no le quiten los dolores ni le den para seguir pagando las facturas a partir de Octubre, a veces siento que viene a que se las repitamos como un mantra.
Y me acuerdo de la carta de Héctor Abad a su hijo, en El olvido que seremos :
“Mi adorado hijo: eso de las depresiones a tu edad es como más común de lo que parece. Yo recuerdo una muy fuerte en Minneapolis, Minnesota, cuando tenía unos veinte años y estuve a punto de quitarme la vida (…). Y para decirte la verdad, eso de que de pronto desempaques aquí con tus maletas y dispuesto a enviar todo lo europeo para un carajo, nos pone a tu mamá y a mí en el colmo de la felicidad. (…) Cualquier cosa que tú hagas de aquí en adelante, si escribes o no escribes, si te titulas o no te titulas, si trabajas en la empresa de tu mamá, o en El Mundo, o en La Inés, o dando clases en un colegio de secundaria, o como psicoanalista de tus padres, hermanos y parientes, o siendo simplemente Héctor Abad Faciolince, estará bien; lo que importa es que no vayas a dejar de ser lo que has sido hasta ahora, una persona que simplemente por el hecho de ser como es, no por lo que escriba o no escriba, o porque brille o porque figure, sino porque es como es, se ha ganado el cariño, el respeto, la aceptación, la confianza, el amor, de una gran mayoría de los que te conocen. Así queremos seguir viéndote, no como futuro gran escritor, o periodista o comunicador o profesor o poeta, sino como el hijo, el hermano, el pariente, el amigo, el humanista que entiende a los demás y que no aspira a ser entendido. Qué más da lo que crean de ti, qué más da el oropel, para los que sabemos quién eres tú.”
Todos los martes sale de la consulta dando las gracias, con una sonrisa, y siendo cómplice de un secreto que parece que el resto desconoce; y cuando cierra la puerta, veo la distancia que hay entre nosotros y lo injusto del mensaje que le doy, de la carta que le leo, siendo una médica, de veintitantos, con estudios, trabajo, inquietudes, con un lugar donde volver cuando pierda las maletas y con la vida, de momento resuelta.
Texto: Blanca Valls, Residente de MFyC en el CS Albaicín (Granada)
Es un precioso relato, Blanca, lleno de sensibilidad y que al leerlo, hasta nos hace mejores, pues no vuelve a nuestra esencia profesional: humanismo y ética.
¡Gracias!
Qué buena reflexión, sobre todo viniendo de una persona tan joven…
Me encanta que haya médicos con esta sensibilidad hacia los más necesitados.. Significa que aún hay esperanzas de que este mundo vaya cambiando.
Enhorabuena, Blanca!! y sigue siendo como eres..
¡Muchas gracias por los comentarios! No imaginé que llegara «tan a dentro» el texto, me alegro que os haya gustado.
¡Saludos!