24 de abril 2016
“Ser no es fácil… Fácil sólo es la mierda” (A los enemigos, Holan. V, 1948). Con este verso despidió la última clase de ese curso el profesor que años más tarde nos invitaría generosamente a hacernos cargo de alguno de sus seminarios de Humanidades médicas. Estábamos a penas al final del primer cuatrimestre de nuestro primer curso de la carrera y Luis Montiel nos advertía con amabilidad de nadar a contracorriente, de tratar de evitar por todos los medios el caer presa de aquella corriente fuerte que conducía a la “piscifactoría especialista en criar peces gordos insulsos”. Nos advertía del sistema.
Esta vez nos tocaba a María y a mí hacernos cargo de uno de los últimos seminarios del primer cuatrimestre de la carrera de aquel grupo. En pocos días darían comienzo sus primeros exámenes y su sombra ya se dejaba adivinar en las ojeras cansadas de las primeras filas. No tiene ningún sentido dar clases de pensamiento crítico, y menos con asistencia obligatoria a gente extenuada. El pensamiento crítico surge como la maleza, en los márgenes y entre los límites. Basta con no ahogarlo… ahogarlo; eso es precisamente lo que consigue una docencia obligatoria y asfixiante como la que estos estudiantes de Medicina comenzaban a experimentar.
Decidimos hablar. Aquella clase la dedicaríamos a hablar de ellas y de ellos. A pensar quiénes eran, de dónde habían llegado, qué traían consigo y por qué medicina. ¿Por qué le iban a tener que interesar, precisamente aquella mañana, los determinantes sociales de la salud a una persona que a penas había podido levantar la cabeza de los libros memorizando el ciclo de Krebs esas vacaciones de Navidad?
La idea de las historias clínicas vino más tarde. Y más aún sus hermosas ilustraciones por Julia. Se nos ocurrió a modo de señuelo. Algo que lanzaríamos al final del seminario, como cierre, sin intención siquiera de ser comentadas. La idea era mostrar el contraste entre dos lenguajes antagónicos que sin embargo se refieren a una misma realidad; las personas que acudirán a sus consultas algún día. Nuestra intención; que cuando ese día llegue, al menos de fondo, todavía permanezca bailando en su memoria algo de aquel choque de lenguajes, a diferencia del más que olvidado ciclo de Krebs. Tal vez esa sea una manera de dejar crecer la hierba.
La hierba es una buena metáfora. Como lo es también el polvo. Poco a poco, a Luis Montiel le ha crecido mucha hierba alrededor de sus empolvadas botas. Alumnas y alumnos que pasaron por sus aulas hace veinte, diez, cinco, dos años, regresan a devolverle su gratitud. Fue así como se tejió progresivamente una red que tomó la forma de seminario virtual nocturno. Un seminario polvoriento.
“Al cabo de un tiempo, una alegre música llamó su atención. Se trataba de un segundo grupo, que se había retrasado. Iban cubiertos de polvo, tierra del camino, cicatrices y sonrisas. Pasaron junto a los primeros y continuaron caminando. Llevaban ejerciendo medicina mucho tiempo”.