La situación en las urgencias hospitalarias de Granada no es tan nueva como parece. Los múltiples cambios en la gestión en los últimos años, la reducción y los cambios constantes de plantilla, novedosos ajustes del servicio que han generado nuevos espacios asistenciales por aumento de la demanda, una población cada vez más envejecida, junto con un desmantelamiento de la Atención Primaria, han contribuido entre otras cosas a que la sobredimensión y la sobrecarga de las urgencias hospitalarias sea una rutina.
La plantilla de este servicio (como la de otros servicios y centros de salud) cuenta con profesionales sanitarios que asumen más carga de la que debería estar permitida, gente que a pesar de las adversidades sacan el trabajo adelante.
A partir de las tres de la tarde y los fines de semana se suman a esta plantilla los/as residentes resilientes, que son necesarios/as para que las urgencias no se derrumben (en este y en otros hospitales). Y es que, ante la falta de personal médico contratado para ello, aquí están ellos y ellas para ayudar a salvar la situación. Residentes que trabajando en la primera línea de batalla, cargados/as de horas de estudio, ilusión y ganas por hacer el trabajo bien, ofrecen a la población lo mejor de sí e intentan dotar de calidad y proteger nuestro sistema sanitario.
Residentes que, en contra de lo que establece la ley, no están supervisados en todas las ocasiones. Residentes que a veces no cuentan con tiempo para comer ni para dormir.
Nada nuevo contaríamos si dijéramos lo difícil que es sobrellevar las guardias de urgencias hospitalarias: la sobrecarga de trabajo, la incertidumbre, el poco descanso, las exigencias, las veinticuatro horas, las inseguridades elevadas a infinito, la toma rápida de decisiones, las emociones compartidas o sin compartir, asomarse a realidades difíciles que se viven en tu ciudad, la soledad, los remordimientos, el trabajo en equipo, los errores, la superación diaria y la gratitud, los cambios de ritmos, el trato avecesprecioso-avecesimposible con pacientes y familiares, sumar y seguir, aprender a un ritmo vertiginoso, llevar los problemas a cuestas…
Y nada nuevo contaríamos si explicáramos cómo se exacerban todas estas realidades si a lo anterior le sumamos la inexperiencia, la falta de recursos para gestionar situaciones difíciles y la asunción de una responsabilidad que no corresponde. Ganan la soledad, el aprendizaje a base de golpes y la ausencia de supervisión.
Y estos y estas residentes no quieren seguir así. Quieren atender a la ciudadanía con garantías. Trabajar bien. Quieren formarse bien y que se asegure su supervisión. Quieren que se cumpla lo que establece la ley. Quieren cuidarnos y cuidarse. Quieren que la sanidad pública sea de calidad.
Y nosotras, queremos ofrecerles todo nuestro apoyo y animarles a seguir adelante. Queremos darles las gracias por su valentía, por su coherencia. Por hacernos sentir que no estamos solas, por dejarnos compartir su historia, por inspirarnos. Por hacernos imaginar que otra residencia y otra sanidad son posibles.
Gracias.