LA INSTITUCION TAMBIÉN DEBE LLORAR A SUS MUERTOS

22 de Noviembre de 2016

 

Nos conocimos un día de verano, a lo largo de una mesa y con 6 minutos por delante. A los pocos segundos entendí que estaba ante una consulta sagrada, que no quedaríamos indiferentes. Seis minutos para descubrir sus dedos color marrón, sus 300 euros mensuales, su mirada triste y las mañanas laborables que acudía a un taller. Seis minutos para escuchar los sonidos de la mano de su madre, la mano de su madre golpeando puertas (entre)abiertas desde hace unos meses.

La ausencia de cuidados, el desamparo.

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Y aquí comenzó el peregrinaje por las reuniones de dependencia, los trastornos mentales graves y sus comisiones, la gestión de los recursos desde un dispositivo u otro en base a un diagnóstico. Trámites sobre el papel que esconden la realidad del abandono. Olvidado y abandonado. Sus manos que tiemblan y su identidad impregnada en paliperidona y olanzapina.

Luego todo pasaría muy rápido…

Dos ingresos, por una tensión con «delirios de grandeza», una función renal «en fase melancólica», y un corazón «agitado». Pero sin sintomatología psicótica «en primer plano».

Mientras tanto, en la consulta y en la calle y agarrada al teléfono, buscando recursos que existen pero no están, contemplaba boquiabierta cómo cumplíamos a rajatabla las cosas a evitar que teorizamos y que se imponen implacables:

  • Invirtiendo los cuidados a lo Tudor Hart (1).

  • Olvidándonos de que aquellos a los que llamamos «locos», también tienen cuerpo (2)(3).

Un viernes por la tarde vuelve a su casa, a su desamparo, con un informe en la mano que asegura que los nuevos seis fármacos que sacará de la farmacia, aplacarán el delirio de su tensión, estabilizando así su melancolía renal y conteniendo su corazón antes agitado.

Y ya no lo vi más, se suicidó una tarde de otoño, con las llamadas hechas, los recursos «urgentes» solicitados, las dependencias por reunirse, las comisiones que tramitan las ayudas, los papeles firmados y las realidades escondidas. Y yo, que pedía más tiempo.

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Cuando escasean las vías de coordinación formal, sólo queda ser la pesada de turno, ser la pesada de turno y contener la desgracia. Adelantarte a la crónica de una muerte anunciada.

La institución debe retorcerse al descubrirse abandonando a uno de los suyos, al más vulnerable.

La institución también debe llorar a sus muertos.

 

Texto: Ana Cuadrado Conde. Residente Medicina Familiar y Comunitaria. CS Cartuja. Granada.

Ilustraciones: Julia Campello Coll. Residente Medicina Familiar y Comunitaria. Consultorio de Jun. Granada.

 

  1. Hart, J. The inverse care law. The Lancet. 1971: 405-412.

  2. DeHert M, Correll CU, Bobes J, Cetkovich-Bakmas M, Cohen D, Asai I, et al. Physical illness in patients with severe mental disorders. Prevalence, impact of medication and disparities in health care. World Psychiatry. 2011;10:52-77.

  3. Bordas, R. Actividades de prevención y promoción de la salud en los pacientes con trastorno mental severo. FMC. 2016;23:377-8

2 thoughts on “LA INSTITUCION TAMBIÉN DEBE LLORAR A SUS MUERTOS

  1. miguel melguizo jiménez dice:

    Muchas gracias por esta entrada tan dramática.
    Es la Institución, pero también es la Sociedad Civil la que permite abandonar a los mas enfermos, a los mas pobres o a los mas ancianos y la que tolera que sus Instituciones desatiendan impunemente a los mas débiles.

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