CUENTOS PARA NO DORMIR

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Érase una vez un residente de medicina de familia que motivado desde la carrera por esta estrambótica especialidad, decidió dejar a familiares y amigos atrás, echarse el hatillo al hombro y mudarse a una ciudad, para estar en un centro de salud concreto, con una tutora específica para empaparse de una forma de ver la medicina que le apasionaba. Más de 385 ó 853km, según se mire. Suertudo. Concienzudo. Disfrutaba y sufría las consecuencias de su decisión con gusto y ánimo. Hasta que un día, una decisión sorpresuda, repentina, decisiva, hizo que su tutora se tuviera que desplazar por motivos trabajudos a unos cuantos kilómetros… que le separarían de momento, de su dulce cuento de la lechera. Quedándose, en el mismo sitio, a los mismos 385 ó 853 kms de su decisión, en un centro inconcreto, sin su tutora, para no empaparse de medicina, y sí de muchas incógnitas. 

CARTA DE UN RESIDENTE ENFURECIDO

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Érase una vez un barrio muy barrio. Muy grande muy bonito. Muy auténtico muy gitano. Muy hippie muy artista. Un barrio cargado de historia(s) para arraigarse y ser propio. Para tener identidad, y cuerpo, y sobre todo alma y vida. Este barrio tenía un centro de salud que, como él mismo, tenía su fuerza propia. Tenía tanto duende este centro, que atraía a gente de todas partes, que querían, soñaban, peleaban por estar en él, y que venían desde 385 ó 853 km para empaparse de su sabiduría, de sus formas y andares. Este centro, un día, sufrió cambios, muchos cambios, que podrían haberlo hecho grande grandísimo, pero… por cosas de la vida, decisiones sopresudas, sorpresivas, no tan repentinas, conclusivas, empezó a quedarse vacío, hueco. Con faltas que hacían que la gente del barrio, del barrio muy barrio notaran que algo gordo estaba pasando. Que su salud, su confianza, su fe ciega en el que siempre está, empezara a flaquear. El barrio, cargado de historias,  de gentes con vidas, con cargas, con necesidades, con superpoderes… percibía que si la situación seguía así, le faltaría algún día no tan lejano un centro que le cuidase.

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Érase una vez una médica de familia, que con experiencia, ganas, fe ciega en su trabajo, ilusión, constancia y horas y horas de dedicación decidió compartir su espacio de consulta, su mesa, ratón y teclado, sus horas, sus conocimientos, sus dudas y seguridades con un residente que podría venir de 385 ó 853 Km expresamente para estar con ella. Esta médica, además, trabajaba en un barrio, para un barrio muy barrio, muy grande muy bonito, muy auténtico muy gitano, muy hippie y muy artista donde llegó a conocer y comprender su(s) historia(s). Era una de esas que quería que quien trabajara para este barrio, lo hiciera con la misma constancia, la misma fe, que éste depositaba en el centro. Pero un buen día, una decisión decisiva, sorpresuda, repentina, hizo que tuviera que desplazarse rápidamente a unos cuantos kilómetros por asuntos trabajudos, dejando atrás las historias, el barrio, el compartir, un residente que venía desde 385 ó 853 km y una huella. 

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Érase una vez un grupo de gente, de personas agrupadas, que pensaban, maquinaban, decidían y organizaban cómo cuidar de los barrios, de la(s) gente(s) con su(s) historia(s), de sus centros, con trabajadores que pudieran llevar a cabo sus saberes para mejorar la salud de la población. Así de grande. 

Este grupo de personas agrupadas, a veces se veía en situaciones difíciles, atrapados, atados, ya que, sorprendentemente, sorpresudamente, nadie quería coger los contratosdemierda que ofrecían para cuidar. Qué cosas. Resulta que decían que “no había médicos” allí donde ellos estaban, pues, tras ofrecer contratosdemierda, con condiciones imposibles, “los médicos” habían empezado a decir que no, a elegir otras cosas, a algunos km, a crearse otras historias, a tener dignidad. Y es que, insisto (por si no se entiende bien esta parte del cuento), ¡qué cosas!, aun deseando trabajar, los médicos que había, se las ingeniaban para no coger los contratosdemierda, pensando así el grupo de personas agrupadas que no había médicos.

Y repentinamente, este grupo de personas agrupadas, ante una estrambótica e improvisada situación se veía obligado a hacer tetris con los trabajadores que les quedaban, vistiendo santos (o no), para desvestir otros (eso seguro). Y con tanto ajetreo, se olvidaban que había gente que había venido desde 385 ó 853 km para formarse y quedarse. Y que seguramente ya no se fueran a quedar después de descubrir que el cuento de la lechera tenía un final en forma de contratodemierda. 

Y con los ajetreos, se olvidaron que había médicos que habían hecho mucho por algunos barrios, y que las decisiones sorpresudas, repentinas, además de que no eran del agrado de nadie, hacían que todo eso que los médicos habían hecho, al no haber ninguna planificación para hacer un relevo (si es que existía), se perdiera en un santiamén. 

También, se les había olvidado que había barrios, con gentes, con historias, a los que estaban dejando sin profesionales que les conocieran, que se fueran a quedar, que les pudieran cuidar. 

Se les pasó, que se reunían, con el fin de organizar una atención primaria basada en cuatro pilares, y sin querer, con todos estos ajetreos rompían cada uno de ellos. 

Y decían, que no podían, que les era imposible hacer las cosas de otra manera, pues ante la inesperada situación que les sobrevenía, ya con huecos imposibles de cubrir con sus contratos sin dar, seguían con el tetris, y sin querer creaban huecos nuevos que con los ajetreos se olvidaban de cubrir….  Y así… seguían agrupándose olvidándose de las consecuencias de algunas de sus decisiones y sin entender por qué no mejoraba la situación. 

Y si…. ¿cambiamos algo del cuento? Parece fácil, y lo es.

CUIDENNOS PARA PODER CUIDAR. 

 

Relatos escritos por LefkÒ

Carta de un residente enfurecido redactada por Pedro Antonio Lara Morales, MIR 2º años de Medicina de Familia y Comunitaria

One thought on “CUENTOS PARA NO DORMIR

  1. romualdo dice:

    La mierda es un magnífico abono. Hay que confiar en que con las adecuadas condiciones ayude a germinar y a crecer las buenas semillas que el viento trajo desde tan lejos. La rebeldía bien dirigida es un magnífico recurso.

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